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En Nueva York, Antonio acaba de despertar, se ha dado muchas vueltas en la cama hoy tanto por el calor que va en aumento a medida que el día del solsticio de verano se acerca, como por los nervios que siente al acordarse que pronto llegará el día en que por fin se expondrá el perfume y todo el mundo podrá ver el cartel de su autoría por las calles de Nueva York.
Mira su agenda y, al ver que falta solo un día para ello, exclama para sí:
¡¡Mañana!! ¡¡Es mañana!!
Estamos a finales del mes de junio y comienza a hacer bastante calor, Antonio debe volver a aquel enorme edificio acristalado de más de cincuenta pisos situado en el Midtown Manhattan, a reunirse con sus socios una vez más antes de que el perfume y, con él, su proyecto publicitario vean la luz. El edificio está rodeado de los más famosos teatros de Broadway y de comercios en la Quinta Avenida.
Dentro del rascacielos Antonio se siente más cómodo, al estar la temperatura más agradable y fresca. La reunión va viento en popa, y sale de la oficina muy entusiasmado.
Al pasar por el pasillo donde también hay otras puertas abiertas, ve a una mujer joven, más o menos de la edad de Marilena, de pelo rizado y con grandes ojos marrones, que sale de una pequeña habitación donde hay una pequeña exposición de cuadros. Da la sensación de que están expuestos, pero Antonio no entiende por qué está en un lugar donde nadie los puede ver.
Por un momento supone que Arabela, a la que todo el mundo llama cariñosamente Ari o Ariba, es la artista que ha creado todo eso. Lo supone porque acaba de verla salir de esa sala con cara de decepción y de tristeza, después de escuchar ¡¡Porque el mundo no está preparado para ello!!
Arabela casi llora, y a Antonio se le cae el alma al suelo. No acostumbra a perseguir a la gente, menos cuando ni siquiera la conoce, pero siente rabia y la necesidad de hablar con ella para ver en qué puede ayudarla.
Señorita - dice alzando la voz - ¿Puedo saber qué le ocurre?
¡¡No puede ayudarme!! - grita con rabia -.
Quiero intentarlo! - dice Antonio.-
¡¡Que no puede ayudarme!! - le vuelve a chillar. -
Sólo cuénteme por qué está así, y veremos si puedo ayudarla - dice Antonio. -
El mundo no está preparado para que una mujer joven exponga sus primeras obras al público - acertó a decir la chica. -
Justo como se temía Antonio.
¿Esos cuadros son... de usted? ¿Cuál es su nombre? - le preguntó Antonio. -
Si... - respondió Arabela. - Soy Arabela.
Encantado, señorita Arabela... - dijo Antonio, cortésmente. -
Puede usted llamarme Ariba, así me llaman cariñosamente, me ha sorprendido gratamente que quisiera usted ayudarme, es muy gentil de su parte - dijo Arabela. -
No estaría mejor que los expusiera en algún lugar en donde estuvieran más visibles? - dijo Antonio -.
Claro que sí, es mi sueño, la ilusión por la que llevo años trabajando, pero no me dejan - dijo Arabela. -
¿Y bien? - pregunta Antonio. -
¡No me dejan! Dicen que la única manera de que salgan a la luz, sería falsificando la autoría con un nombre de hombre - dijo Arabela decepcionada. - ¿Puedes ayudarme? ¿Podrías ser tú el que le pusiera su autoría a mis obras? Aunque sólo fuera por... que vieran la luz.
En una sociedad donde el talento de una mujer como Arabela se ve opacado por prejuicios y expectativas, Antonio se encuentra en una encrucijada. Sabe que el arte de Arabela merece ser visto, pero se enfrenta a la dura realidad de que el mundo no está preparado para una artista que desafía las convenciones.
Antonio se enfrenta a un dilema: cómo puede apoyar a Arabela sin que su ayuda sea vista como un acto de caridad o, peor aún, como una intromisión en su talento. Sabe que la clave no es forzar una oportunidad, sino crear un camino para que su trabajo se valore por sí mismo.
Debo de hacer algo, no... ¡Tengo que hacer algo! - piensa Antonio para si, entrando en situación de apuro. - Y debo de actuar lo más rápido posible.
Formar una alianza con otros artistas, mecenas y galeristas del pais conllevaría demasiado tiempo, y quiere actuar rápido para que Arabela pueda presentar su exposición. Pero no la descartaría, ya que sería muy bueno para ella que personas influyentes que estén luchando por la igualdad en el arte le dieran más seguridad y apoyo. Pero ahora... ahora...
Pero si yo no... No soy nadie... Sólo estoy empezando a emprender aquí en Nueva York... Sólo llevo unos meses... Y no puedo hacer eso... Es injusto... - dice Antonio, empieza a sentir que su mente se bloquea, no sabe qué hacer en este caso. -
No diga tonterías... En este edificio todo el mundo sabe que está trabajando en un proyecto de prestigio, todo el mundo habla sobre ese perfume, varios empleados están hablando de regalarle a sus mujeres las primeras unidades de perfume con sus pagas extras de verano - dijo Arabela. -
Pero... ¡¡Yo no sabía que me tuvieran tanta admiración!! - dijo Antonio perplejo. -
Entonces... ¿Qué dice? ¿Me ayuda? - dice Arabela casi rogando. -
Tensión, nervios, confusión... Arabela se lo nota mucho en su mirada perdida, seria y pensativa.
Mire señorira Ariba, no puedo decirle nada ahora, tengo que pensarlo, si no le importa dejarme su número de teléfono y cuando tenga algo en claro la llamaré - respondió Antonio. -
Gracias - dijo Arabela agradecida. -
La chica comenzó en ese momento a hacerse una pequeña ilusión de que su proyecto saliera adelante.
Mientras salía del edificio, Antonio comenzaba a perfilar ideas en su cabeza, estaba pensando que no había tiempo que perder. Hasta que tuvo una idea reveladora, una idea que iba a dejar con la boca abierta a medio país, podría organizar una exposición en donde las obras de Arabela se presenten sin revelar la identidad del artista. Si el público y la crítica realmente valoran las obras por su mérito y no por el sexo de la persona que las creó, les dará una buena lección.
La pregunta para Antonio no es solo "cómo ayudo a Arabela", sino "cómo ayudo a que la sociedad esté preparada para ella y para todas las artistas que vendrán". Antonio aprendió de la situación a no ver un problema, sino una oportunidad, y así iba a utilizar su creatividad y su ingenio para abrir todas las puertas que hasta el momento la tradición había mantenido cerradas.
Marilena ha quedado con Enrietta para desayunar en la cafetería que está cerca del conservatorio. Enrietta lleva su chelo a la espalda, pero lo ha dejado apoyado en un lado de la mesa para desayunar con su amiga. Son las que mejor se llevan del grupo de instrumentistas que han formado.
Hola!! Que tal? Nerviosa? - pregunta Lena. -
Algo... Pero creo que puede más mi confianza en el trabajo que mis nervios... - contesta Enrietta. -
Pienso... Lo mismo... Aunque... Yo no estoy tan segura - dice Lena. -
Confía en tí - dijo Enrietta, mirándola a los ojos de cerca. -
Jajajaja yo nunca he dicho que no lo haga - dice Lena.
Ah, ¿no? Pues acabas de hacerlo - dice Enrietta. -
No, no me malinterpretes, solamente me dan respeto los maestros que nos hicieron el examen, ya sabes, tienen fama de exigentes - dice Lena. -
¡Lena tiene miedo! - canturrea Enrietta, burlándose de su amiga. -
¡¡Quién dijo miedo!! - dice Lena. -
¿Ya sabes lo que quieres pedir? - pregunta Enrietta a su amiga. -
Si, ¿y tú? - dice Lena. -
Yo también
Así que llaman al camarero.
¡Buenos días! ¿Que les apetece tomar hoy? - pregunta el chico. -
Pues... Un café y una tostada con mantequilla y mermelada - dice Lena. -
Y yo... lo mismo - dice Enrietta. -
Por eso estabas esperando a ver lo que decia yo, ¿no? - dice Lena, bromeando. -
Es que no me decidía, y como tú sabes de pastelería y de desayunos - dice Enrietta. - jajaja
Y así las dos amigas disfrutan de los primeros rayos del sol.
Después de un rato de desayuno, Marilena y Enrietta van a encontrarse con su compañera a la puerta de clase para ir a ver el tablón con las notas de los exámenes, ese día Julia no había podido ir a desayunar con sus compañeras.
Las tres chicas empiezan a estar más nerviosas segundos antes, pero por fin buscan sus nombres y descubren que... ¡¡Han aprobado!!
¡¡Vivaaaaaa!! - las tres chicas se juntan y chocan sus manos. -
¡¡Esto se merece una celebración!! - grita Enrietta. -
Por supuesto - asintieron sus compañeras.
Pero tiene que ser un poco rápido, porque tengo que ir a tocar - dice Enrietta. -
¿Ya has conseguido bolos? - dice Lena, sorprendida. -
Eso parece jeje
¡Podemos ir a verte! - dice Julia. -
Bueno.. pensaba verme con Antonio hoy - dice Lena. -
No te preocupes, quedaremos otro día, ¡nos queda pendiente! - dice su amiga. -
Mientras va a hacer un par de horas de trabajo en Strawberrys Cream's, Marilena piensa en que le gustaría intentar formar un grupo de música, al menos para empezar, con su compañera Enrietta, con la que mejor se lleva de todas sus compañeras.
El aire de la pastelería estaba impregnado del dulce aroma de la canela, el azúcar y la mantequilla derretida. Marilena, con la harina salpicándole el delantal, se movía entre la amasadora y la mesa de trabajo con la gracia de una bailarina. Era otra jornada de trabajo, una más, pero para ella cada día era una nueva oportunidad de crear magia.
El sonido de la campana de la puerta, las risas de los clientes y el tintineo de las cucharas en las tazas de café se mezclaban con la música clásica que sonaba de fondo, creando una sinfonía de la vida cotidiana. Marilena, aunque cansada, se sentía feliz.
Pasan unas cuantas horas para que Antonio y Marilena vuelvan a verse.
Al ver aparecer desde la esquina al final de la calle a Antonio, Lena apresura el paso, pues está deseando abrazarle y sentir a Antonio a su lado.
¡¡Hola!! Que lento se pasa el tiempo cuando no estás a mi lado! Te he echado tanto de menos! - dice Marilena.-
También yo te he echado de menos, parece que el tiempo pasa más lento mientras espero volver a verte, hay algo bueno, tengo cosas nuevas que contarte - dice Antonio. -
¡¡Yo también!! - dice Lena. -
¿Cómo te fue en tu examen de violín? - pregunta Antonio. -
¡¡He aprobado!! - exclama Lena entusiasmada. -
¡¡Te lo dije!! ¡¡Cuánto me alegro!! ¡Te quiero, estoy orgulloso de ti! - dice Antonio. -
Lena posa sus manos en el pecho de Antonio por encima de su chaqueta, y le da un esperado beso en los labios.
¿No crees que nos merecemos algo? - pregunta Antonio muy cerca de ella. -
¿Qué? - responde Lena con ilusión, mientras le mira a los ojos. -
Ábrelo", le dijo con una sonrisa. "Es algo que nos hace falta".
Dentro del sobre, Marilena encontró dos billetes de avión. No eran un destino cualquiera; la dirección estaba en blanco. "Lo he reservado para nosotros. Solo sé que es un sitio con mucho sol, mar y un ritmo más lento", explicó Antonio, con la emoción reflejada en sus ojos. "He pensado que nos vendría bien un poco de relax, ¿qué dices?".
Marilena levantó la vista del sobre, sus ojos brillando con sorpresa y felicidad. "No sé qué decir, Antonio... es increíble", susurró. "Pero, ¿a dónde vamos?".
Antonio coge la mano de Marilena y ambos empiezan a caminar las calles. Antonio espera que Marilena no le pregunte a dónde van, y Marilena tiene ganas de que Antonio le sorprenda, por eso ambos comentan algunos escaparates, pero nada de el lugar a donde se dirigen.
Por fin, llegan a un famoso edificio que tiene una terraza en la azotea, dónde algunos neoyorquinos van a cenar en fin de año, para darle la bienvenida al Año Nuevo.
Marilena no se lo puede creer.
¿Aquí? - dice con asombro. -
Antonio besa a Marilena como respuesta afirmativa.
Te lo mereces - le dice sólo para ella. -
Se va haciendo de noche mientras Antonio y Marilena comparten de nuevo la cena y chocan sus copas.
Por nosotros - dicen. -
Marilena se levanta de la silla y se acerca al balcón de la terraza, en el que se ve la ciudad iluminada bajo una noche cuajada de estrellas. Luces de neón, las pequeñas luces de las ventanas, y los principales edificios.
Antonio se acerca a ella por detras y le pregunta ¿A donde quieres ir?
Y ella responde:
Quiero ver el mar...
Antonio se encogió de hombros, con un brillo de misterio en su mirada. "A un lugar donde la música sea el sonido de las olas y la única hora que importe sea la de la puesta de sol. Un lugar donde no haya pastelerías, ni agencias de publicidad, solo tú y yo", dijo, tomando su mano. "Solo tienes que decirme que sí".
El corazón de Marilena se aceleró. "Sí, Antonio. Sí, quiero ir contigo", respondió, sin dudarlo. El viaje no importaba, lo que importaba era la aventura de descubrirlo juntos.
El pequeño sobre en la mano de Marilena se sentía más pesado que cualquier partitura que hubiera sostenido antes. Los billetes de avión a un destino desconocido, un lugar con "sol, mar y un ritmo más lento", como le había dicho Antonio, eran una promesa que iba más allá de un simple viaje. Era una aventura a lo desconocido, a un mundo que hasta ahora solo había existido en su imaginación.
Marilena había pasado su vida en las calles de la bulliciosa Nueva York. El mar, para ella, era un lugar lejano y casi mítico. La idea de sentir la arena entre los dedos de los pies, de escuchar el sonido de las olas y de ver el horizonte infinito la llenó de una emoción que no podía describir.
"Antonio..., susurró, la voz llena de asombro. "Nunca he estado cerca del mar. Ni una sola vez".
Antonio, al ver la genuina sorpresa en sus ojos, sonrió aún más. "Por eso lo he pensado. Para que lo descubras conmigo", respondió, con la mirada llena de ternura. "Prometo que te va a encantar".
Marilena no podía dejar de mirar el billete. No era solo un viaje, era el regalo de una experiencia, de un recuerdo que se crearía a la orilla del mar, con la persona que le había mostrado un mundo que nunca supo que existía. Era una nueva melodía en su vida, una que prometía ser tan bella y emocionante como la más perfecta de las sinfonías.
Hay algo de lo que quiero hablarte", comenzó Antonio, su voz baja y pensativa. "Es sobre una amiga... una artista que conocí. Se llama Arabela".
Marilena se volvió hacia él, prestando toda su atención.
"Ella es increíble", continuó Antonio. "Sus obras son... vivas. Cuentan historias que te tocan el alma. Pero el mundo del arte, el de las galerías, no está preparado para ella. La sociedad no está lista para una mujer que pinte lo que ella pinta, que se exprese con la fuerza que ella lo hace. La ven como una rareza, no como la genio que es".
Antonio suspiró, la frustración palpable en su voz. "No sé qué hacer, Marilena. He intentado pensar en mil maneras de ayudarla, de usar mi posición, mi trabajo en publicidad, para darle una plataforma. Pero no quiero que parezca caridad, ni que su trabajo pierda su esencia. Es tan talentosa, tan valiente, y se merece que el mundo la vea".
La miró, con una expresión de impotencia en su rostro. "Te lo cuento porque... en ti veo esa misma pasión. Veo la misma fuerza cuando tocas el violín. Y me hace pensar que tenemos que hacer algo. Que hay que luchar para que la creatividad, no importa de quién venga, tenga el lugar que merece".
Marilena apretó su mano, con una mezcla de admiración y empatía en sus ojos. Ella entendía esa lucha, la presión de ser juzgada por ser quien eres, en lugar de por lo que creas.
"Antonio, el hecho de que te preocupes así por ella dice mucho de ti", respondió Marilena, con una sonrisa sincera. "Tal vez la solución no sea forzar la puerta, sino abrir una ventana nueva. Una que nadie más haya visto".
Si nos vamos a ir, quiero hacer esto antes - dijo Antonio.
Si, hay que hacerlo, es algo que debemos hacer como artistas, como creadores de arte, el ayudarnos unos a otros - dijo Lena.
Ubicación:
Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, España
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