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Lena está con Antonio en Strawberrys Cream.
Ven conmigo, y espera aquí - le dice Lena a Antonio. -
En el corazón de la pastelería de Marilena, entre el dulce aroma a canela y chocolate, Antonio miraba a su alrededor, fascinado. Marilena, con una sonrisa pícara, sostenía un pequeño cuenco de cristal.
Marilena sube unas escaleras y deja a su chico momentáneamente en las entrañas de la pastelería.
Antonio espera a Lena en un salón donde se encuentran mesas en las que los padres de ella amasan la harina y preparan los dulces.
Antonio, siempre dispuesto a la aventura de experimentar, se acercó. Cogió con una cucharilla el ingrediente de un polvo de color ámbar, que brillaba como si tuviera luz propia. Al probarlo, una explosión de sabor inundó su paladar, una mezcla extraña y deliciosa de especias que nunca antes había probado. Por un momento, sintió un calor que le subía por el cuerpo, un cosquilleo en la punta de los dedos.
De repente, una ligera sensación de mareo lo invadió. Las luces de la pastelería parecieron parpadear y el sonido de la calle se apagó. Antonio cerró los ojos, sintiendo un leve vaivén, como si estuviera a bordo de un barco. Cuando los volvió a abrir, todo había cambiado.
Antonio se quedó sin habla. El sonido de las olas, el canto de las gaviotas y el olor de los limoneros eran tan reales que sentía que podía tocarlos. Había viajado en un instante, lejos en distancia, en el tiempo y en el espacio.
Cuando Antonio abrió los ojos de nuevo después de unos segundos, casi medio minuto, se vió en la esquina de la calle de fuera de la pastelería, justo donde doblaba hacia una avenida.
Antonio sintió el hormigueo en el paladar y el leve mareo. El mundo pareció ondear, y por un instante, su mente viajó a un jardín en la costa italiana. Pero tan rápido como vino, la visión se desvaneció. Cuando volvió a abrir los ojos, el mundo había vuelto a la normalidad. La diferencia, sin embargo, era que ya no estaba dentro de la pastelería.
Se encontró en la esquina de la calle, justo donde la acera se curvaba hacia la concurrida avenida. La gente pasaba a su lado, los taxis tocaban la bocina y el sonido del tráfico lo devolvió a la realidad de Nueva York.
Fue tan repentino que Marilena se quedó inmóvil. El cuenco de cristal que ella sostenía se le resbaló de la mano, cayendo al suelo con un tintineo que pareció sonar a cámara lenta. Sus ojos buscaron a Antonio frenéticamente, recorriendo cada rincón de la pastelería. "¿Antonio?", llamó, su voz apenas un susurro. La preocupación se apoderó de ella. Miró detrás del mostrador, en el pasillo que llevaba a la cocina. Nada.
Marilena está asustada porque no encuentra a Antonio por ningún lado de donde lo había dejado. Pero, sin querer, su novio había dejado la prueba del delito encima de una de las mesas.
Su cara pasó de trasmitir felicidad, a susto, sorpresa y preocupación, en menos de cinco minutos. Esperaba que Antonio no se encontrara muy lejos. Pero entonces, a través de la ventana del escaparate, Marilena lo vió. Estaba en la esquina de la calle, justo donde doblaba hacia la avenida, mirando de vuelta hacia la pastelería con una expresión de asombro. No sé lo pensó dos veces y salió en su busca, esperando no equivocarse. Vió a Antonio de lejos en la esquina con la avenida y se apresuró tras él.
Lo siento amor, debí de habértelo contado antes, es algo que escondemos en nuestra familia - contestó Lena. -
Es una suerte que no te hubieras trasladado tan lejos - le contó. -
Ese polvo de color ámbar surgió por casualidad mezclando diferentes ingredientes una vez que la bisabuela de Marilena intentaba crear golosinas con un antioxidante para que duraran más. Sin querer había creado un invento con el que podías viajar tanto en el tiempo como en el espacio, reviviendo los momentos más especiales y profundos de tu vida.
Ubicación:
Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, España
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