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VIII. En mi corazón mando yo

 


Los días fueron transcurriendo para Antonio entre seguir produciendo ilustraciones en su blog, hacer negocios en la galería, y también con su nueva experiencia como creador publicitario. Al igual que para Lena y Eli, que se afanaban en seguir creando maravillosos dulces, tartas y bollos en la pastelería como de costumbre. También lidiando con cada ocasión en la que su padre decidía que tenía que coincidir con el hijo del banquero al que tanta manía le tenía Marilena. 

Cuando Marilena disfrutaba de un poco de tiempo libre, se refugiaba en la música que había aprendido de pequeña a interpretar con el que era ya casi una extensión de su cuerpo, su violín. 

Esos días, disfrutaba tocando lo que para ella era más que un trozo de madera y cuerda convertido en un instrumento musical. La porción de felicidad que le da al mundo para que siga girando hacia el lado correcto y en paz. Una extensión de sus manos, parte de su vida, la misma sagrada música. Su refugio, su entretenimiento, su forma de expresión más allá de sus palabras. Su acompañante. Y es que no sabe si eligió a la música, o la música la eligió a ella. 

Marilena

Sebastián, el padre de Marilena y su madre Juliette, se habían levantado muy temprano para preparar los últimos detalles para el que sería el día en que se anunciaría a la familia y sus más allegados en la pastelería el compromiso de su hija con Frederick, el hijo del banquero. 

¡Querida, hoy todo tiene que salir perfecto! Se trata del futuro de nuestra hija... - dijo Sebastián a su mujer. -

¿Estás seguro de que Marilena quiere pasar el resto de su vida con Fred? ¿No crees que te estás precipitando? - le preguntó Juliette a Sebastián con un gesto de preocupación. - 

¡Qué va! Cuanto antes mejor... No, no nos estamos precipitando, precisamente es porque quiero ser yo el que decida por una vez lo que a mi hija le conviene. Quiero para mi hija una vida holgada, sin preocupaciones... y si forma parte de esa familia no le va a faltar nada, no quiero que sepa el significado de la palabra miseria. - le contesta Sebastián, convencido, a su mujer. - 

Nuestra hija no vive en la pobreza, no necesita tener más dinero ni más comodidades de las que tiene. No puedo hacer nada al respecto, pero no aprobaré tu decisión. Es muy injusto que nuestra hija comparta su vida con alguien al que no quiere. - dice Juliette, triste. - 

 Marilena ha tardado unas horas más en llegar a la pastelería, se tomó tiempo para reflexionar, en el fondo no quería que su vida transcurriera como la altiva y estirada mujer del hijo de un banquero. 

¿Por qué no podía hacerle caso a su corazón y desobedecer las órdenes de su padre en su lugar? - pensó para sí misma, con preocupación. - ¿Dónde se había metido todo el coraje que necesitaba? No entendía nada. Estaba rodeada de una sociedad en la que sentía que no encajaba ni lo iba a hacer nunca. 

Sus padres naturalmente no la vieron con muy buena cara hoy, aunque siempre se despierta con muchas ganas de empezar un nuevo día. Hoy, el peor día de su vida, en el que su padre iba a mostrar a todos su irreparable destino, y lo peor, no iba a quedarle otro remedio que aceptarlo y acatar sus órdenes. 

A las 9:00 h. de la mañana ya está preparada y lista para empezar la jornada. Era un día gris y lluvioso, que curiosamente se reflejaba en el estado de ánimo de Marilena. Ese estado de ánimo que denotaba el supuesto fin de su libertad.

¡Buenos días hija! - la saludó orgulloso su padre. - 

Para quién los tenga.. yo, por supuesto... ¡No! - le espetó Lena. - 

Tranquila... ya verás como al final vas a darle la razón a tu padre! - contestó Sebastián. - 

Marilena le lanza una mirada de desprecio.

¡Nunca! - dijo Lena. - 

Antonio. 

Hace frío, y a Antonio hoy también le cuesta salir a la calle lloviendo a cántaros. Pero en su corazón no llueve, todo es bonito cuando esperas ver a esa persona que quieres. Así que se arregla y va presto de nuevo a la pastelería a desayunar, sin saber lo que le espera ver esta mañana. 

Es muy extraño, pero al mirar a Marilena, esta no tiene la misma encantadora sonrisa que suele tener al recibirlo, a cualquier día, sea la hora que sea, más o menos cansada. Al contrario, hoy no trasmitía un buen humor, como si el día empezara en su contra. No se equivocaba y muy pronto descubriría por qué. 

¡Buenos días Lena! ¿Cómo estás? - la saludó. - 

Podría estar mucho mejor, la verdad... - le dijo Lena con una tristeza que Antonio jamás había visto reflejada en su cara. - ¿Qué deseas hoy? 

Hubiera dicho que deseaba contemplar de nuevo su sonrisa, ese aliciente de todas sus mañanas, que hoy faltaba, pero en lugar de eso, pidió café y un sándwich. 

Cuando Marilena se acercó a la mesa donde se encontraba sentado Antonio a servirle el desayuno, Antonio preguntó a Marilena: 

¿Puedo saber qué te pasa? 

Antonio, mi padre espera hoy anunciar mi compromiso con Fred, el hijo del banquero con el que espera prometerme. - contesta Marilena, preocupada - Tengo un problema, ¡no quiero casarme con él! No quiero renunciar a mi libertad de compartir mi vida con la persona a la que realmente deseo. 

¡Pues no lo hagas! - contestó Antonio. - 

¿Y qué puedo hacer? - pregunta Marilena. - 

Antonio la mira preocupado, pues empieza a sentir que le importa, que la tristeza y la desgracia de Marilena también son suyas, al menos un poco. 

No pasa mucho más tiempo para que Marilena, su padre Sebastián, su madre Juliette y Elizabeth vieran aparecer al estirado de Frederick junto a su padre, que, con sus mejores galas, quiere presenciar junto a su hijo tan esperado momento. 

Frederick se apresura a entrar en la panadería: 

¡Buenos días futura esposa! El primer día del resto de nuestras vidas juntos. - saluda a Marilena. - 

Buenos días... - dice Marilena intentando aparentar algo de felicidad al menos por un momento, ni siquiera una sonrisa pudo disimular. - 

¿Qué le pasa por la cabeza a mi amada? No la veo con la sonrisa de todos los días... - dijo Fred. - 

¡Nunca seré tu esposa! ¡Nunca serás el motivo de mis alegrías! ¡Nunca suspiraré por ti! - chilló Marilena desesperada. - 

¡¡¡Hija!!! - gritó Sebastián. - 

Por favor, la quiero, conmigo no le faltará de nada, confíe en mí - intenta convencerla Frederick. - 

Pero Marilena ya está sumida en rabia y desesperación. 

A mí no me falta nada, con usted si que me faltará algo - dijo Marilena, pocas veces había sentido tanta rabia. - 

¿Y qué? Si puede saberse - quiso saber Frederick. - 

¡Mi libertad! Estando con usted y siendo una estirada de la alta sociedad no me sentiré libre nunca. - se sinceró una encolerizada Marilena. - 

Antonio escuchaba todo con la cabeza puesta en su blog intentando crear otra ilustración, pero empieza poco a poco a recoger sus cosas con intención de marcharse. Pues está pensando que no fue una buena idea enamorarse de Marilena y meterse entre las ideas que entre su familia y su supuesta familia política se habían creado. 

Fuera, en la calle, se escuchaba la lluvia retumbando en los cristales de la pastelería y una tormenta que empezaba a rugir con fuerza. 

Frederick se quedó boquiabierto. 

¿Escuchaste papá? ¡No me quiere! - dijo Fred con tristeza. - 

Tranquilo hijo, no te preocupes, son los nervios del momento, todo cambiará cuando la señorita Marilena se tranquilice - dijo su padre. - 

Sebastián, tenemos que hablar. - dijo muy decidido el padre de Frederick. - 

¡No! ¡La que tiene que hablar soy yo! - dijo Marilena para zanjar el tema. - 

Antonio se acercaba con cierta prisa a la puerta, al fin y al cabo, tenía que irse, como todos los días, a la galería y hoy además reunirse con su socio de nuevo. Pero Marilena se interpone entre Antonio y la salida e impide que se despida de ella. 

No, no te vayas... tienes que escucharme por favor... has ido ganando cada una de mis sonrisas y mi confianza cada día... - le suplica Marilena a Antonio. - Aunque te suene a una locura, te... aprecio. 

Marilena se acercó a Antonio, y antes de que pudiera impedirlo, lo besó. 

Todos se quedaron sorprendidos, Antonio el que más, y Elizabeth, que seguía presenciándolo todo, no pudo evitar una sonrisa de satisfacción al ver que su amiga casi hermana estaba por fin atreviéndose a desafiar las decisiones que su padre tomaba por ella y a tomar sus propias decisiones. 

Tengo que irme, lo siento señorita, hablaremos mañana... no voy a entrometerme entre usted y las decisiones de su padre - se despide Antonio, pues no se le ocurre otra cosa más que decir ni qué hacer. - 

`[...] Razón, victoria, amor se marchitaron

en el mástil muerto de la ilusión. 

Soñar es nada y no saber es vano. 

Duerme en la sombra, incierto corazón. [...]

Fernando Pessoa. Los dioses desterrados.

Marilena sentía un nudo cada vez más grande en su garganta, sentía que su cuerpo era recorrido por pura ansiedad, y que tenía que salir de allí lo más rápido que pudiera. Empezaban a salir lágrimas de sus ojos y dijo: 

¡Yo también me voy! 

¿Cómo? ¿Te vas? - dijo su padre preocupado. - 

¡Sí papá lo siento, me voy! - chilló Lena. - 

¿A dónde? - preguntó Sebastián. - 

¡¡No lo sé... a algún lado, lejos, donde no me molestes con tus ideas sobre mi futuro!! - chilló Marilena furiosa. - 

¡Espera! Te acompaño... - le dijo Elizabeth. - 

¡No, déjame sola! Hablaremos Eli, te quiero! - estas fueron las últimas palabras de Lena hacia su amiga. - 

Marilena salió hacia su casa ya que tenía claro que sólo necesitaba llorar, llorar y llorar, soltarlo todo y serenarse, su violín y una bocanada de aire fresco. Así que sacó su instrumento, eligió la melodía más triste que sabía interpretar y mientras tocaba dejó que sus ojos se regaran en lágrimas. Para ella, totalmente entregada a la música, era uno de los mayores refugios. 








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