Desde pequeña sentí inquietud por la música, me hacía y me hace feliz, me sirve de refugio, limpió mis lágrimas y me ayudó a mostrar más mi felicidad cuando la sentía. Estar al lado de un músico, de un instrumento, me llama mucho la atención, me apasiona. La música me acuna. Entre los recuerdos que tengo con la música (y estoy segura de que tengo bastantes...) es cuando me llevaban con el colegio al Teatro Guimerá en Santa Cruz de Tenerife, para ver conciertos de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, ya que cuando era pequeña aún estaban construyendo el Auditorio Adán Martín. Cuando veía tocar a la orquesta me parecía mágico, y pensaba que era muy muy difícil pertenecer a ese mundo, ya que lo veía muy lejano, muy irreal.
En mayo del año 2018, tuve la maravillosa oportunidad con el proyecto La flor más grande del mundo, de conocer por primera vez a los músicos de la orquesta, dirigidos por una persona maravillosa y buen amigo Ignacio García Vidal, y conducido y narrado por mi gran amiga Ana Hernández Sanchíz, con los que ya he hecho a día de hoy otros dos proyectos, en 2019 y este año 2024, también en mayo.
Porque sí, la vida tiene maravillosas maneras de demostrarte que nada es imposible, si realmente crees en ello.
Siempre he cantado, cantar me ayuda a relajarme y también me ayuda a expresarme de una manera realmente única, complementaria a hablar, ya que dentro de mí también siento la necesidad de comunicación, que también se me da bien. Pero no es lo mismo comunicarte a través del habla que a través de la música, es mucho más visceral, intensa y realmente mágica.
Tanto a mí como a mi familia, la música nos ha acompañado de manera directa o indirectamente desde que somos pequeños, es verdad que aunque no he empezado una educación musical reglada hasta mis 33 años (cumplí 34 en conser) la música siempre nos ha acompañado. Siempre tuve rodando por casa la guitarra de mi padre, con la que me acompañaba él mismo en mis primeros cantos, hasta que tuve la mía propia, con la que alguna vez tomé clases para aprender a tocarla un poco. Hemos tenido pianos, el órgano de casa de mis primos, con el que se amenizaba siempre una buena reunión, percusión, mi pandereta...
Estuve dos años en una banda de cornetas y tambores que ensaya debajo de mi casa, que tiene muchos años y goza de muy buena reputación en la ciudad donde me crié, San Cristóbal de La Laguna. Pues casi no hay procesión que no bandere. Ahora me llama más la atención la banda municipal, que tampoco se pierde ni una procesión, porque no hay manera de escoltarla que esa jeje me gusta mucho más como se escucha, la manera en que conocen la música y cómo la interpretan, es realmente mágico.
Cuando conocí a los músicos, y me escuchaban cantar, me dijeron que me preparara las pruebas de acceso para enseñanzas profesionales del conservatorio de canto, que no dejara de intentarlo, así que tras meses preparándome el contenido en una academia con personas maravillosas en Santa Cruz, entré a formar parte del Conservatorio Superior de Música de Santa Cruz de Tenerife, hace ya casi un año. Conocer la música como mis profes que son músicos profesionales la conocen, es una de mis metas en la vida, porque sé que cuanto más conozca la música de la manera en que hay que conocerla, más la disfrutaré.
La música es el amor de mi vida. Pero como todas las relaciones, no es perfecta. Si, llegó el momento de hablar del lenguaje musical. Descubrir cómo es la música por dentro, como es su esqueleto, cómo está formada, es más difícil que sentir y entender la música a tu manera. El solfeo, la lectura, la teoría musical, un año después de entrar a conservatorio todavía me abruman y me parecen complicadísimos de entender. Pero en esta vida siempre hay que tener metas y objetivos, y uno de ellos es entender eso que me cuesta, y también empezar con el piano antes de llegar a tercero y enfrentarme con la asignatura de piano complementario. Además tengo muchísimas ganas de poderme acompañar al piano mientras canto, que me resulte agradable, aunque sea de una manera más básica.
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